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Murió en el poder: El retrato de los principales diarios del país

La muerte de Néstor Kirchner fue, según la mayoría de los diarios de circulación nacional, una sorpresa. Sin embargo, todos coinciden en que era una especie de "sorpresa anunciada", y en que Kirchner murió donde más lo hubiera deseado: en el poder.

| 28/10/2010 | 08:00

CIUDAD DE BUENOS AIRES (Urgente24).- Así retratan los principales diarios del país la muerte del ex presidente Néstor Kirchner:

# Murió Kirchner, por Nicolás Wiñazki, en el diario 'Clarín:

Sorpresa, conmoción y dolor en el país. El ex presidente falleció ayer a las 9.15 en El Calafate tras sufrir un infarto. Tenía 60 años. Será velado a partir de las 10 de la mañana en la Casa Rosada y sepultado en el cementerio de Río Gallegos.

Se murió a la misma hora en la que había nacido. Las dos cosas pasaron, con sesenta años de diferencia, muy cerca de las nueve de la mañana. Néstor Carlos Kirchner, el político más poderoso del país, descansaba ayer en su casa de El Calafate cuando su cuerpo, ya antes aquejado por disfunciones coronarias, se sacudió por un infarto fulminante. A su lado estaba su esposa, la Presidenta de la Nación, Cristina Fernández. Una ambulancia lo llevó al hospital de la ciudad.

Intentaron reanimarlo. Kirchner murió.

Fue Presidente, gobernador de Santa Cruz tres veces, intendente de Río Gallegos, era el titular del Partido Justicialista, diputado y secretario general de la Unasur.

Su muerte provocó una conmoción en la opinión pública y en la política nacional. Varios mandatarios extranjeros, como Hugo Chávez y Lula Da Silva, participarán de los funerales que comenzarán a las diez de la mañana de hoy. Kirchner será velado en el Salón de los Patriotas Latinoamericanos de la Casa Rosada: su cuerpo era trasladado anoche a la Capital . Se espera que lo visite una multitud. Decenas de miles de personas se movilizaron ayer a la Plaza de Mayo . Muchos tiraron flores por encima de la reja de la Casa de Gobierno. También se pegaron carteles en apoyo a la Presidenta. El país estará en duelo durante dos días más.

Kirchner será enterrado en el cementerio de Río Gallegos , la ciudad donde nació el 25 de febrero de 1950, y en la que su abuelo, Carlos, se estableció en 1904. El santacruceño descendía de suizos, croatas, españoles y alemanes.

Los principales dirigentes de la oposición y el oficialismo enviaron ayer sus condolencias a la Presidenta. Los mensajes coinciden en el llamamiento a la unidad nacional.

Dos ex presidentes con los que Kirchner militó en su momento saludaron a quien era ahora su rival: Carlos Menem y Eduardo Duhalde enviaron su pésame a la familia presidencial y describieron respetuosamente al ex mandatario como un hombre de “convicciones” y “empuje”.

La muerte de Kirchner abre un interrogante sobre el futuro del Gobierno . Estaba casado con la Presidenta desde hace treinta y cinco años. Más allá del obvio impacto emocional que causará en la mandataria, su “compañera de toda la vida”, como él la llamaba, habrá también una forzosa modificación en la toma de decisiones gubernamentales. Las grandes medidas de esta gestión, y de la anterior, lo tuvieron siempre como ideólogo, consejero o fuerte impulsor . Se ocupaba de los más diversos detalles de la administración. Un día antes de morir, por ejemplo, habló cuatro veces con el ministro del Interior, Florencio Randazzo, a quien llamó por última vez hacia las ocho de la noche del martes, cuando éste estaba reunido con dirigentes del Frente Grande. Kirchner también habló el martes con el secretario general de la CGT, Hugo Moyano, uno de sus principales aliados, quien convocó para hoy a una movilización en la Plaza de Mayo. El jefe del bloque de los Diputados K, Agustín Rossi, resumió el sentimiento en el que oficialismo está sumido por estas horas: “ Va a ser difícil pensar todo sin Néstor” .

El cura párroco que visitó a la Presidenta, Carlos Alvarez, contó que Cristina mostró fortaleza. Le dijo que iba a seguir “ luchando por todos los argentinos ”. El primogénito de Kirchner, Máximo, agregó que “ahora hay que trabajar más que nunca”. La hija presidencial, Florencia, vive en los Estados Unidos: llegó anoche a El Calafate.

La muerte de Kirchner fue repentina pero hacía un tiempo que su salud estaba deteriorada . Su médico, Luis Buonomo, determinó que falleció debido a un “paro cardiorrespiratorio no traumático” a las 9:15 de ayer. En febrero había sido operado por una obstrucción en su carótida derecha. El mes pasado le practicaron una angioplastia por una obstrucción en una de sus arterias coronarias. Padecía de colon irritable.

Nunca bajó su irrefrenable ritmo de trabajo, pese a los consejos médicos.

Llegó a la Presidencia el 25 de mayo del 2003. Lo votaron 4.312.517 de personas. Salió segundo, pero Menem se bajó del balotaje. El día que asumió tomó el bastón de mando, con las dos manos, haciendo un gesto de esfuerzo pero que denotaba satisfacción. Murió en el poder.

# Jamás dejó el poder, por Joaquín Morales Solá, en 'La Nación':

Podrán decirse muchas cosas de Néstor Kirchner, pero no que le faltó genio para construir un imperio político desde las ruinas. Nunca, como candidato, pudo ganar una elección nacional. Sin embargo, nunca dejó el poder desde que se encaramó en él. En 2003 le ganó Carlos Menem y en 2009 lo superó Francisco de Narváez. El kirchnerismo ganó las elecciones de 2005 y de 2007, pero él no fue candidato en ninguno de esos comicios.

El desierto del que venía lo obligó, tal vez, a una vida excepcional. Todo giraba en torno de él, bajo su presidencia o cuando la jefatura del Estado la ejercía su esposa. Su estilo de gobierno convertía a los ministros en meros conserjes sin decisión propia. Desde que se aferró al poder, fue, al mismo tiempo, gobernador de cualquier provincia, intendente de cualquier municipio del conurbano, ministro de Economía, jefe de los servicios de inteligencia, ministro de Obras y de Defensa, canciller y productor de los programas televisivos que lo adulaban. "Así, enloquecerá la administración o terminará con su vida", colegía uno de los ministros que a los que echó pocos años después de llegar al gobierno.

Fue, también, más que eso. Hasta marzo de este año, cuando cambió la relación de fuerzas parlamentaria, ejerció de hecho la titularidad del Poder Ejecutivo y del Legislativo, fue el jefe fáctico de los bloques oficialistas y titular de las dos cámaras del Congreso. De alguna manera, se hizo al mismo tiempo de la dirección de una porción no menor del Poder Judicial, con la excepción de la Corte Suprema. Siempre cargaba bajo el brazo una carpeta con la información última sobre la marcha del Estado; esos datos no eran a veces certeros y, muchas veces, sobresalían más por el error que por el acierto. Su objetivo no era la verdad, sino colocarla a ésta en la dirección en que estaba su sillón.

"Quiero dejar la presidencia, caminar por la calle y que la gente me salude con un «buen día, doctor»", solía decir cuando conversaba con frecuencia con periodistas que lo criticaban. Entonces era presidente. Cerraba ese diálogo y abría otro con sus habituales lugartenientes. "Mátenlo", les ordenaba de inmediato; les pedía, así, que incendiaran en público a algún adversario o a algún kirchnerista desleal para sus duros conceptos de la fidelidad. Nunca podrá saberse si aquel era un combate entre el deseo y el carácter, en el que siempre perdía el anhelo, o si el deseo era sólo una expresión fingida ante los oídos de un interlocutor diferente.

"Mátenlo", era una palabra que usaba frecuentemente para ordenar los castigos públicos. La política es cruel y las prácticas políticas son crueles. Kirchner era un exponente cabal de esa estirpe. Los amigos se convertían en enemigos con la rapidez fulminante de un rayo. Nada les debía a sus ex colaboradores, que habían dejado en el camino partes importantes de su vida para servirlo. Sus afectos estaban reducidos al pequeño núcleo de su familia, a la que realmente quiso con devoción, más allá de las muchas discusiones y discordias con su esposa. "La familia es lo único que la política no destruye", repetía.

Sabía aprovechar con maestría la debilidad del otro para caerle con la fuerza de un martillo. El caso más emblemático es el de George W. Bush. Conoció a Bush cuando era un líder muy popular en su país, insistió con que quería acercarse a él, lo visitó en la Casa Blanca y lo tranquilizó diciéndole que era no izquierdista, sino peronista. Ese romance duró hasta la cumbre de Mar del Plata en 2005, cuando Kirchner vapuleó imprevistamente a un Bush pasmado por la sorpresa. ¿Qué había pasado? La fatídica guerra de Irak había convertido en jirones la popularidad del líder norteamericano.

"No es popular estar cerca de él en estos momentos", explicó luego con el pragmatismo desenfadado del que hacía gala. La popularidad del otro era el índice de su simpatía. Por eso, nunca rompió con el colombiano Alvaro Uribe, de quien, además, solía hablar bien. Uribe se fue del gobierno con el 75% de aceptación. Todo eso ocurrió en un tiempo en el que Kirchner pintó el país del color de la Patagonia: el mundo fue siempre lejano e impenetrable para él.

Ambivalente, como un príncipe del oportunismo, Kirchner nunca terminó de comprender al conjunto de la sociedad argentina. Nunca recibía a nadie cuando andaba en sus tiempos de broncas desmedidas. Sin embargo, era un anfitrión cordial y conversador, un político clásico, cuando ingresaba en los períodos de conciliación. Eso sí: la información que le trasladaba a un periodista, por ejemplo, no siempre era confiable. Edificaba un océano con una gota de agua que pudiera afectar a un adversario. Y contaba con una buena despensa de información confidencial.

Una vez habló por teléfono con la periodista Magdalena Ruíz Guiñazú para pedirle disculpas porque había borrado la legendaria Conadep de un discurso suyo. Magdalena, sincera y frontal, le reprochó que se dejara llevar por la versión del pasado que le daba Hebe de Bonafini. "Es muy sectaria, pero yo la tengo cerca sólo para contenerla", le respondió el entonces presidente. Flotaba entre una orilla y otra durante su mandato. Luego se quedó definitivamente con Bonafini, con D?Elía, Moyano y Kunkel. Esas alianzas demostraron, más que cualquier cosa, no sólo su talante, sino su desconocimiento de la sensibilidad de la sociedad argentina. Esas figuras integran la lista de las personas más rechazas por una inmensa mayoría social.
El pasado

Compartía con ellos cierto gusto por la arbitrariedad. Al inventarse un pasado personal, debió también acomodar un presente que tampoco era suyo. Convirtió la revisión del pasado en un tema omnipresente, en una divisoria de aguas, en una herramienta para la construcción de su política cotidiana. Ese era un tema que reunía las condiciones épicas que más le agradaban. No le importaba si tenía que mezclar historias artificiales con personajes imaginarios. Hace algunos años, cuando él era presidente, luego de una de las muchísimas veces que vapuleó a este periodista en la fogata de sus atriles, nos reunimos para tomar un café en la Casa de Gobierno. Se produjo este diálogo que lo pinta de cuerpo entero.

-Usted sabe que lo que me imputó es absolutamente falso ?le dije.

-Sí. Pero usted quiere que otro presidente ocupe este despacho ?me respondió.

-¿No cree que estamos hablando de dos cosas distintas? ?le pregunté.

-No ?me contestó, y pasó de inmediato a hablar de otro tema.

Otro Kirchner, más implacable y menos amigable, apareció después de la crisis con el campo y del fracaso electoral de 2009. El Kirchner del primer período era más componedor y moderado. Pero no aceptó ninguna de las dos derrotas. Era un político que no había conocido la derrota y decidió, con envidiable voluntarismo, que no la conocería. Los culpables no eran sus políticas erradas o los argentinos que votaron por opositores, sino los medios independientes que se habían volcado hacia sus adversarios sociales y políticos. Emprendió una batalla para él decisiva contra esos medios y contra los periodistas independientes. No se tomó un día de descanso en esa guerra, como él mismo la llamaba, ni concedió tregua alguna. En esos menesteres bélicos lo encontró el estupor de la muerte.

Fue un presidente y un líder político que conocía los manuales básicos de la economía. Era una condición excepcional desde Arturo Frondizi. Sabía, en algún lugar secreto de su inconsciente, que la inflación y el crecimiento pueden coexistir durante un tiempo, pero no todo el tiempo. Sabía algo peor: ninguna receta antiinflacionaria carece de algunas medidas impopulares. No quería tomarlas. Su popularidad y la de su esposa no pasaban por un buen momento como para correr esos riesgos. Esa lucha entre el conocimiento y la conveniencia lo maltrató durante sus meses cercanos.

Tenía últimamente, dicen los que lo oían, una desilusionada percepción de las cosas, que jamás la llevaba a las palabras. Empezó a zigzaguear con un objetivo claro: él y su esposa nunca serían derrotados por el voto. Debía, por lo tanto, comenzar la escritura del día después, la de una epopeya culminada abruptamente por la maquinación de la "corporación mediática", por el sector rural, por el empresariado y por todo lo que expresara un pensamiento distinto del suyo. Todo eso ya era, no obstante, una fascinante reliquia de un mundo abolido.

Cinco días antes de su muerte, en la noche avanzada del viernes, su encuestador histórico y más eficiente, llamó desesperado a un importante dirigente filokirchnerista. Acababa de concluir una encuesta nacional (el trabajo de campo se hizo antes del crimen de Mariano Ferreyra) y él había hecho un ejercicio: duplicó la intención de votos de los Kirchner en el interior de Buenos Aires, en la Capital, en Santa Fe y en Córdoba. Aun con tanta fantasía, el resultado no superaba el tercio de los votos nacionales que el kirchnerismo sacó en las elecciones de 2009. "Esto está terminado", concluyó el encuestador. ¿Hay alguna posibilidad de cambiar el curso de las cosas?, averiguó el interlocutor. "Ninguna, hermano. Esto está terminado", repitió el conocido analista.

Una vida sin poder no era vida para Néstor Kirchner. Por eso, quizás, su vida y su poder se apagaron dramáticamente enlazados. El final del poder era, para Kirchner, el final de la vida. O de una forma de vivir tal como él la concibió.

# La muerte de Néstor Kirchner, editorial del diario 'La Nación':

La inesperada noticia del fallecimiento del ex presidente Néstor Kirchner en El Calafate sorprendió a una ciudadanía que, por entonces, se aprestaba a las obligaciones derivadas del censo y conmovió a la dirigencia toda.

Frente a la muerte de quien indiscutiblemente encarnó un fuerte liderazgo político, que presidió los destinos del país entre 2003 y 2007 y que desde el fin de su mandato hasta el momento de su deceso influyó notablemente en la vida política nacional, no cabe mucho más que el recogimiento, el respeto y las debidas condolencias a la presidenta de la Nación y a sus familiares.

Así lo han entendido prácticamente la totalidad de los dirigentes de la oposición, quienes de distintas formas han expresado su dolor por la desaparición de un colega y comprometido su colaboración con la titular del Poder Ejecutivo Nacional.

Toda muerte impone compasión, congoja y un período de duelo, que bien podría ser aprovechado para una tregua política duradera. Pero también reclama un sincero acto de reflexión sobre el porvenir.

Es probable que a Néstor Kirchner se le deba buena parte del proceso de reconstrucción de la autoridad presidencial, socavada por la gravedad de la crisis política y socioeconómica que signó los últimos días de Fernando de la Rúa en la Casa Rosada, hacia fines de 2001. También podría destacarse su afán inicial por poner en orden una economía desquiciada y por arribar a un acuerdo con los tenedores de bonos impagos del Estado argentino.

Lamentablemente, la acentuación del presidencialismo y la confusión entre autoridad y autoritarismo fueron características que signaron la gestión gubernamental de Kirchner, que se hicieron extensivas al gobierno de su esposa y sucesora. Esa confusión terminó desgastando al propio Poder Ejecutivo en sus conflictos con los otros dos poderes del Estado y a sus responsables, inmersos en luchas con fundamentos artificiales, muchas veces tendientes a poner de rodillas a quienes manifestaran una posición reñida con los deseos de lo que hasta ayer funcionó como un matrimonio gobernante.

La gestión kirchnerista, como lo hemos señalado tantas veces desde esta columna editorial, estuvo mucho más asociada a la consolidación de un proyecto de poder que a la edificación de un proyecto de nación para todos los argentinos.

Toda la energía volcada en una suerte de política de sometimiento del adversario, puesta al servicio de la conservación de todos los resortes del poder, terminó consumiendo en elevada medida al gobierno nacional y, sin duda, acentuó el estrés de su principal artífice. La creciente lucha de Kirchner por controlarlo todo y por extender sus porciones de poder tal vez le haya costado la vida.

Los disgustos son y serán siempre parte del ejercicio de la política. Pero ellos son notoriamente más intensos cuando la intención de sojuzgar al ocasional adversario, al que se convierte en virtual enemigo, en aras de una concepción hegemónica del poder, es puesta por encima de la exploración de los consensos.

El tránsito de la Argentina sin Kirchner no debería ser dramático, aun cuando el Gobierno haya perdido a su más reconocido estratego y a quien probablemente conocía como nadie las fibras más íntimas del aparato gubernamental.

Se inicia una nueva etapa política, en la cual será vital que la presidenta de la Nación se rodee no sólo de quienes exhiban la lealtad esperable de todo colaborador, sino también una inteligencia abierta al sentimiento que subyace en una ciudadanía que reclama seguridad y paz social.

Del mismo modo, será clave que los dirigentes del justicialismo, incluidos quienes están en el Gobierno y quienes están fuera de él, reflexionen profundamente sobre las lecciones que nos han dejado a los argentinos los cruentos enfrentamientos que, en otras épocas, signaron los procesos de sucesión en ese movimiento político.

La sociedad requiere sosiego. Se impone, a partir de ahora, una mayor moderación en todos los actos, tanto del oficialismo como de la oposición.

Urge abandonar las peleas que, como la propia ciudadanía lo advierte mayoritariamente, se libran en un terreno que resulta completamente ajeno al de las verdaderas preocupaciones de la población.

El nuevo camino, vale insistir, no debería ser dramático. Aunque tampoco será sencillo. Es necesario que la Argentina supere la vieja cultura del caudillismo y de la personalización del poder, poniendo por delante la auténtica búsqueda de la institucionalización del país y el apego irrestricto a la ley y a las reglas de juego de la República.

Cuando esto sea una realidad, la desaparición de cualquier líder será vivida sin excesivas tensiones y con la indispensable serenidad que debe esperarse en un país con instituciones sólidas, que funcionen plenamente y sin condicionamientos que vayan más allá de los impuestos por la Constitución nacional.
# 'El Presidente que cambió el paradigma', por Mario Wainfeld, en 'Página/12':

El ex presidente Néstor Kirchner murió ayer, en El Calafate que tanto amaba y tanto lo sedaba, en pleno protagonismo, cuando tenía apenas sesenta años. Es difícil encontrar un parangón histórico con la desaparición de un líder de su porte, en tales circunstancias. Raúl Alfonsín falleció hace poco; el impacto y la emoción fueron grandes, tanto como el reconocimiento. Pero al líder radical todo le llegó cuando estaba en el ocaso de su carrera, cuando ya no era un protagonista de primer nivel. Tal vez el parangón más cercano sea la desaparición de Juan Domingo Perón durante su tercer mandato: una figura central, en torno del cual constelaba la política, que ordenaba (por así decir) amores, odios y alineamientos. Pero hay una diferencia sideral con esos días, que alude al legado que deja Kirchner. Sin Perón, era evidente que la Argentina se encaminaba, irremisiblemente, a una situación peor y su fuerza a una crisis fenomenal. Kirchner deja el centro de la escena en un país gobernado y gobernable. Con una economía y una situación social sustentables, con previsibilidad política. En el ’74 la política era colonizada por la violencia; en 2010 se cumplen varios años de paz social muy grande (para los parámetros argentinos) y con un rumbo mejorable (como todo) pero racional. Kirchner llegó a la Casa Rosada en un país devastado, se fue en otro, aún cargado de deudas sociales y contradicciones pero indeciblemente mejor.

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Gobernante ante todo: Fue un político hasta su última hora. La noche del martes se pasó mirando números, encuestas, datos económicos, fatigando su celular. Antes que nada, fue un hombre de gobierno: recorrió todo el escalafón de cargos ejecutivos, su lugar en el mundo. Intendente de Río Gallegos, ganando su primera vez por un pelito. Después, gobernador de Santa Cruz. Siempre fue reelecto, dato digno de mención. Llegó a la presidencia cuatro años antes de lo que indicaban su ambición y su férrea voluntad, por uno de esos raros azares felices de nuestra historia. Accedió con votos prestados, con mínima legitimidad, en una nación devastada y acomplejada que apenas empezaba a levantar cabeza. Figura dominante de este siglo, captó como nadie el significado de la catástrofe de 2001, su génesis, el arduo y escarpado modo de irla repechando. El “que se vayan todos” expresaba el descrédito de la política pero no le ofrecía salida. Sin gobierno, sin Estado, sin conducción, sin dinero en caja, con casi tantas monedas como provincias, sin poder político, nada sería posible. Una población abatida, con millones de desempleados, hogares destrozados por la falta de trabajo, falta de fe individual y colectiva lo recibían. Casi nadie lo conocía, lo que incluía a muchos que lo habían votado, por descarte.

“Que se vayan todos” era un síntoma de la imperiosidad del cambio, un rechazo al pasado cercano pero no un programa de salida. Kirchner captó ese doble mensaje: supo (o mejor, decidió) que era acuciante reparar los daños causados por la dictadura, por el entreguismo desaprensivo de los ’90, la anomia del gobierno aliancista, la sumisión a los organismos internacionales de crédito. Reconstruyó el Estado, compensó los poderes fácticos acrecentando el del gobierno popular, designó a los culpables de la caída. Los fustigó con su palabra, atropellada pero clara al designar adversarios y enemigos. Polarizó y politizó, son virtudes, quedando para la polémica las dosis o las proporciones.

Pero, además, edificó un paradigma distinto. A su modo, con vectores claros y simples, eventualmente esquemáticos. Como un maestro mayor de obras, que erige una casa sencilla, eventualmente con paredes algo chingadas, pero habitable.

Había que reparar, había que compensar a las víctimas del terrorismo de Estado y de la desolación económica. No era ése el menú de moda en la Argentina, fue el que eligió, al que apostó con pocas barajas en la mano y no tantas fichas. Lo marcó asimismo la sangre derramada en los finales de los gobiernos del radical Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde también: debía cesar la violencia represiva, que minimizó a niveles únicos en la historia y mantuvo permitiendo un grado de movilización altísimo, que a menudo le jugó en contra.

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Giro: Se le reprocha haber cambiado su postura respecto del terrorismo de Estado, de las políticas económicas precedentes. La supuesta incoherencia fue uno de sus mayores méritos, pues (como Alfonsín en sus primeros tramos) recorrió la parábola inversa a lo que predicaba la cartilla de los gobernantes, la que observaron el menemismo, la Alianza, el propio Frepaso. La que indujo a Carlos Reutemann a aterrarse ante la perspectiva de ganar lo que, parecía, equivaldría a reprimir, bajar salarios, endeudar al fisco. Kirchner viró a izquierda, hacia un creciente protagonismo estatal, porque comprendió que se atravesaba una nueva etapa.

Combinó lo concreto con lo simbólico, seguro que con trazos gruesos. La remoción de la Corte Suprema menemista por una de mayor calidad, la derogación de las leyes de la impunidad, la bajada del cuadro de Videla, la reapertura de la ESMA, la relación más estrecha que jamás tuvo gobierno alguno con los organismos de derechos humanos vienen en combo.

También, en otro carril, el desendeudamiento (acordado en simultáneo con el presidente brasileño Lula da Silva), la virtual ruptura con el Fondo Monetario Internacional (FMI), la decisión de poner el acelerador a fondo en la economía, la creación de puestos de trabajo, la ampliación de la masa de jubilados. Todas esas acciones enfrentaron críticas lapidarias, anuncios de catástrofes, aplazos desde academias del saber o desde grupos de interés.

Los grandes humillados del cuarto de siglo que precedió su desembarco en la Rosada fueron su centro de atención: los trabajadores, las víctimas del terrorismo de Estado, los argentinos en su conjunto privados de autoestima y de conchabo.

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Economía política: Su concepción económica, que signó la etapa, es acendradamente política y uno de sus más claros lazos de parentesco con el primer peronismo. El crecimiento a todo trapo, el acelerador siempre a fondo, la promoción del consumo y del empleo conllevan un objetivo político y democrático. Estaba compelido a conseguir consenso, en parte para su proyecto político pero, especialmente, para recuperar gobernabilidad y estabilidad. La satisfacción de necesidades primarias, la posibilidad de acceder a bienes necesarios o algo suntuarios y al trabajo fueron su camino hacia la popularidad. Seguro que faltó equilibrio con otras variables, sobre todo en los últimos años, pero mete miedo pensar qué hubiera pasado sin un gobierno valorado, sin un Estado sólido, sin reservas financieras. Se cortó la continuidad decadente que destruyó la trama social entre (por lo menos) 1987 y 2002.

Pasar del desempleo al trabajo, tener unos pesos en el bolsillo y menos miedo sobre el porvenir acrecienta la autoestima, desbaratada en décadas de desvaríos.

Contaba que siendo joven, cuando salía de noche, su padre le preguntaba si tenía dinero y le daba unos pesos más, no para gastarlos sino para estar seguro. Cifraba así su propia economía política. En pocos años la Argentina disminuyó su deuda externa a niveles manejables (que aliviará a gobiernos futuros), solidificó a la AFIP y la Anses.

La puja distributiva volvió a estar en agenda, con avances institucionales que desde otras banderías se subestiman, se niegan o se detestan. Las convenciones colectivas anuales, siempre en alza, las reformas laborales progresivas sí que insuficientes, la consolidación del sistema jubilatorio forman un haz de aportes innegables. Ahora, en el purgatorio, se debate en detalle cómo cualificar esos logros, cómo redistribuir mejor, cómo elevar el piso. Cuando se estaba en el sótano, unos cuantos discutían el rumbo.

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Las cifras, el consenso, la derecha: Las cifras que enunciaba a granel (PBI, reservas, índices de crecimiento y de empleo en especial) fueron su obsesión y su fuerza. Gobernante de una crisis a la que apodó, sin mayor exageración, “el infierno” centró en ellas su atención, su gestión y una fracción relevante de su deseo. Timonel vigoroso, derivó hacia “el Purgatorio”, en un tránsito que no fue pacífico. Una derecha sin referencias políticas lo acechó siempre. Se olvida a menudo, pero la emergencia de Juan Carlos Blumberg sucedió pocos días después del inolvidable 24 de marzo de 2004. El crecimiento general, el renacimiento de las economías regionales, los costados virtuosos del “modelo” con paridad cambiaria competitiva, creación de puestos de trabajo, obra pública y acumulación de reservas le fueron ganando, si no apoyos militantes, consensos muy extendidos. En la emergencia, casi todos se aferraron al capitán de tormentas, incluyendo a las patronales, que mayormente se la llevaron con pala. Rabiaban por el ascenso de los trabajadores, por tener que pulsear en las paritarias pero acompañaban.

De un presidente ignoto, sin caudal propio, pasó, en dos elecciones seguidas, a una mayoría holgada, propia. En ese devenir, descuidó el armado político y desnudó limitaciones para ciertas destrezas políticas: contener a los propios, acariciar a los dudosos, formar nuevos cuadros, movilizar. Así, llegó en auto a las victorias de 2005 y 2007, tras redondear la mejor presidencia habida desde la primera de Perón.

En pos de la gobernabilidad se fue arrimando al peronismo y al movimiento obrero, dejando de lado su proyecto de transversalidad, que incluía una etapa superadora del bipartidismo. En parte fue porque el ensayo encontró límites fuertes, algunos derivados de impericia, otros de falta de peso de los nuevos aliados. En cualquier caso, afrontó un dilema complejo, con soluciones imperfectas en ambos casos. Hombre de gobierno, se inclinó por la que remachaba la continuidad y la estabilidad. Siempre será polémico el saldo, nunca será redondo. En la galaxia peronista, su aliado más fiel y rendidor fue la CGT conducida por Hugo Moyano, en una relación que mejoró a ambos socios, dejando heridos y asignaturas injustamente pendientes, como el reconocimiento de la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).

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De la desconfianza a Unasur: Patagónico, desconfiado, formateado en una provincia donde todo se hace con esfuerzo propio, la política internacional le resultaba distante y hasta la sospechaba de distractiva. Supo cambiar de parecer al internalizar la necesidad de una política regional, que diera carnadura a su relato antiimperialista, irrealizable desde un solo país. También, acierto fundante, se percató de que Brasil y Lula (el mejor colega que podía tener allí) eran aliados estratégicos de la Argentina. En la Cumbre de las Américas de Mar del Plata le tomó el gustito al juego político. La vulgata dominante narra que Argentina se “aisló del mundo”, un disparate de aquellos. Jamás comerció con tantos países, jamás se ligó a tantos mercados. Y, además, jamás jugó un rol de equilibrio y pacificación en América del Sur. Argentina y Brasil primaron con activismo y compromiso para que Evo Morales fuera presidente, para que la rosca de derecha no lo derrocara, para evitar la guerra entre Colombia y Ecuador, para intentar frenar el golpismo en Honduras y para frenarlo en Ecuador.

La mejor relación que haya existido jamás con Brasil, con Chile, con Bolivia, con Venezuela, con Paraguay. El conflicto con Uruguay fue un retroceso en ese avance global, felizmente remendado bajo la gestión de Cristina Kirchner y el presidente uruguayo José Mujica.

También hubo trato privilegiado con España y una relación sensata, sí que gratamente autónoma, con Estados Unidos.

La presidencia de Unasur es otro vacío difícil de llenar. Lograda con unanimidad expresa una verdad negada por la conjura de los necios: la valoración de Kirchner trasciende las fronteras. Para Lula, para Hugo Chávez, para Michelle Bachelet, para Evo Morales, para Correa, fue un aliado de fierro y un compañero. Los demás presidentes, de otras pertenencias, reconocieron a una figura de primer nivel, a despecho de las diferencias.

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Cambio de roles: Desde el vamos, desde cuando su revalidación parecía una quimera, predicó que no iría por la reelección. Recelaba del desgaste, de la fatiga ciudadana, hablaba de una necesidad de mayor institucionalidad y menos combate. Cristina Fernández, de cualquier forma, llegó en tono de reelección que los escasos cambios de su gabinete convalidaron. El color peronista del apoyo electoral signó esa decisión.

El mandato de la Presidenta fue mucho más tormentoso que el de su predecesor. Es en parte lógico: superada la malaria y recobradas las fuerzas, muchos actores incrementaron sus demandas. En parte hubo descuidos del Gobierno. En parte, muy sustancial, la agenda institucional fue mucho más ambiciosa y fundante que la de Kirchner.

Cristina y Néstor Kirchner siempre actuaron en tándem desde 2003. Pensaban muy parecido, acordaban en casi todo. Pero el cambio de roles le costó al ex presidente, que perdió muñeca política y capacidad de negociación. Fue más intransigente y menos dúctil frente “al campo” que contra Blumberg o que negociando con los vecinalistas entrerrianos o que en las tratativas con el FMI.

Las retenciones móviles y la derrota electoral de 2009 dieron la impresión de final de ciclo. Los vaivenes del electorado son siempre dignos de atención, máxime para una fuerza populista. La reacción de la Presidenta combinó un temple enorme con la sagacidad de ampliar la agenda propia. Siempre politizando y polarizando pero buscando apoyos externos, consagró cambios institucionales notables, ajenos a su imaginario años atrás. La Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual hasta la demasiado demorada Asignación Universal por Hijo, pasando por la reestatización del sistema previsional fueron jugadas tremendas, arriesgadas, progresistas que importan (en los hechos más que en el discurso) autocríticas y correcciones de gran nivel.

En su sube y baja, el kirchnerismo quedó con menos apoyos difusos y más consistencia ideológica. También congregó militantes, en especial jóvenes, promovió organización y se consagró más a disputar el debate mediático.

En trance de mayor debilidad, jugó doble contra sencillo. En eso está ahora, siendo por lejos la primera minoría política, la que saldría puntera en la primera vuelta electoral, la que tiene mayor capacidad de movilización y de “calle”, la que imanta más adhesiones de artistas, trabajadores de la cultura y bloggers.

Con ese patrimonio, importante y aún no suficiente para lograr la proeza de tres mandatos consecutivos, llega la muerte de Néstor Kirchner.

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Desafíos: El inventario se hace interminable, acaso por impericia del cronista pero también porque hablar de Kirchner es sumirse en todas las controversias de ayer, de los próximos meses o años. Sin agotar la enumeración, cabe consignar entre los aciertos el aumento del presupuesto educativo y el matrimonio igualitario. Y entre los errores, la erosión del Indec, tan contradictoria con la tendencia general de defensa del Estado y lo público.

Un líder como Kirchner es irreemplazable y, al unísono, no tiene reposo. No sólo porque el hombre era poco afecto a parar sino porque los grandes referentes siguen batallando después de muertos.

Su lugar vacante potencia la ambición de sus adversarios, la barbarie gorila que ya empezó aflorar, el odio de una derecha recalcitrante que esta nota prefiere apenas mentar. En ese aspecto el adiós de Kirchner parece, por ahora, más semejante al de Evita, por el odio de “los otros”, que al de Perón.

La Presidenta, en un momento cruel de su vida, afronta el enorme desafío de proseguir sin su compañero de vida y de luchas. También pierde a un político fundamental, a quien todos respetaban o temían o valoraban. A un alquimista que sabía contener, motivar y conducir a dirigentes, militantes y personas de a pie.

El tándem funcionó con dificultades pero era un bastión, que en los últimos tiempos había logrado el ascenso muy parejo de ambos (con leve supremacía de la Presidenta) en imagen positiva e intención de voto.

Sobreponerse al dolor personal y a la pérdida política, mantener la gobernabilidad, contener a la fuerza propia y sumar parecen retos gigantescos. En más de tres años la Presidenta ha combinado, más vale, aciertos y falencias, aunque siempre demostró aptitud para remontar las cuestas más adversas.

Cuando Kirchner advino al poder, lo informó Horacio Verbitsky en este diario, José Claudio Escribano le dio un ultimátum y un programa, que el entonces presidente rechazó de volea. Ayer, en La Nación comenzaron a pasarle letra a la presidenta Cristina para que desista de su proyecto. La primera vez creían lo que hacían, ahora es pura parada. Todos saben que ella sostendrá sus principios y su norte.

Cuando las corporaciones, sus adversarios políticos y algunas personas vulgares festejan, el cronista recuerda a uno de ellos, el ex presidente Eduardo Duhalde. En 2003, dos periodistas de Página/12 le preguntamos si Kirchner sería su Chirolita. Duhalde respondió “los que dicen eso no lo conocen. Y menos la conocen a Cristina”. Ahora, hay menos motivos para dudar de su templanza y su vocación de militante y dirigente.

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Dolor: Es una sandez hablar de un potencial veredicto de “la historia”. La historia es política: en la Argentina no se han saldado debates sobre Rosas o Perón, menos se llegará a la unanimidad sobre Kirchner.

Confrontativo, por vocación, por estilo y porque gobernar es definir conflictos y aún atizarlos, Kirchner fue llorado ayer y seguirá siendo llorado por muchos pero no por todos. Ayer una muchedumbre colmó la Plaza de Mayo, espontánea y sufriente, en esa Capital de la que desconfiaba y que jamás lo apoyó.

Entre los que lo lloran la mayoría son humildes, muchos son jóvenes que recuperaron la sed por militar. Lo lloran las Madres de Plaza de Mayo, las Abuelas, los integrantes de la comunidad gay, cantidad de artistas y trovadores populares.

Su nombre será bandera y todos ellos tratarán de llevarla a la victoria, a la continuidad, a la coherencia.

Se lo llora y ya se lo añora en la redacción de este diario, que clamó desde su primer día por banderas que en su gobierno se plasmaron en conquistas, leyes, procesos y condenas a genocidas.

Ya lo extraña este cronista, que lo conoció en su labor profesional, lo respetó y quiso más de lo que marca la regla de la ortodoxia del “periodismo independiente”. Lo que nunca impidió discusiones, críticas o señalamientos que forman parte de la lógica del trabajo y de la política.

A la Presidenta, a su familia, a sus compañeros y a los que lo lloran van el abrazo y el saludo en un cierre tan heterodoxo como sentido.

# 'La muerte de Néstor Kirchner', por Orlando Vignatti, 'Ambito Financiero':

La sociedad argentina despertó ayer en el silencio del feriado del Censo, que inmediatamente se trocó en estupor y desazón por una muerte. No más amanecer, desde la Patagonia, como el Pampero, corrió la noticia que dejó helados a todos: había fallecido el ex presidente Néstor Kirchner, titular del Partido Justicialista e influyente dirigente político de nuestro país.

En mi carácter de presidente de Editorial Amfin, no puedo menos que referirme, aun cuando brevemente, a un asunto tan delicado y penoso para la Nación.

Me apuro en señalar un hecho que considero determinante: ha fallecido Néstor Kirchner, el esposo, el padre de familia, el hermano, el hijo. Es decir, ha muerto el ser humano. Esta aclaración no es trivial. La cultura de nuestro tiempo, de esta posmodernidad, nos insinúa y convence de que antes que el ser humano está la investidura, la profesión, el éxito. Nada menos cierto. Antes que cualquier título está la persona, el ser humano y sus seres queridos. Vayan nuestras condolencias a su esposa, la presidente Cristina de Kirchner, a sus hijos y a toda la familia del ex presidente y diputado nacional.

Sea tal vez porque el hombre de nuestros días es incapaz de advertir que sobre todas las cosas está el ser humano, que exista tanta división, puja, desencuentro y, en suma, pena en nuestra tierra. Ante la muerte de un prójimo, no hay, no puede haber, oficialistas u opositores, hay sólo prójimos. No debería haber oficialistas y opositores a ultranza cuando se trata del destino de una Nación; y acaso porque esta necesidad no ha sido asumida por nosotros los argentinos, es que hay tanto desencuentro con la consiguiente desventura.

En segundo lugar, no me es posible dejar de hablar respecto de Kirchner, el hombre político. Puede o no el lector haber estado de acuerdo con sus ideas y su metodología de trabajo, pero no puede omitirse una verdad: Kirchner vivió entregado a su pasión, la política, y comprometido con su pensamiento.

De ningún modo forma parte de mi ánimo trazar una apología del dirigente desaparecido. Ello supondría un mensaje rebuscado, con miras a satisfacer las reglas del protocolo y nada más, o a distribuir una lisonja impertinente. Néstor Kirchner tuvo aciertos y tuvo errores, como cualquier ser humano.

Por último, y como ciudadano, como persona que transcurre sus días en este país maravilloso en ciertos aspectos y tan golpeado en otros, no me queda menos que pedirle a la dirigencia en general (acaso en nombre de millones de compatriotas) que esta muerte no sea ocasión oprobiosa y humillante de especulaciones políticas, de movimientos con miras a la ocupación de espacios de poder. Que se respete en el tiempo la pena que la desaparición de este hombre provoca en el seno de su familia; que se honre a las instituciones de la Patria; que se consolide la democracia, y que por fin, y de una vez y para siempre, se produzca el encuentro de toda la dirigencia nacional para que sean satisfechas las necesidades de millones de compatriotas. Una vez más, nuestras condolencias a la señora presidente de los argentinos, y nuestros votos para que tenga el ánimo de resguardar a las instituciones de la Patria, acompañada por todos aquellos que quieren lo mejor para esta Nación.

# 'La muerte del líder hará difícil transitar la huella kirchnerista', por Walter Brown, en 'El Cronista':

El paso de Néstor Kirchner por la vida política no quedará como uno más en la historia argentina. Su fuerte liderazgo trazó una huella profunda en una senda que muchos dirigentes eligieron seguir y otros tantos prefirieron no transitar. Pero ninguno pasó por alto su presencia. Ni oficialistas, ni opositores.

Algunos hicieron el intento de recorrerla y quedaron en el camino, maldiciendo el momento en que aceptaron esa empresa. Otros desistieron fatigados por la intensidad del ritmo y lo arduo del trayecto. Solo unos pocos “soldados” tuvieron la energía para transitarla en toda su extensión, desde el comienzo como intendente de Río Gallegos primero y como múltiple gobernador santacruceño después, hasta el reciente final como ex presidente de la Nación, titular de la Unasur, diputado nacional, número uno del PJ, esposo de la jefa de Estado, principal candidato oficialista a sucederla..., en definitiva, el hombre más poderoso del país.

Con esa premisa llegó a la Presidencia en 2003, luego de la debacle de Fernando de la Rúa y el presuroso llamado a elecciones de Eduardo Duhalde. La escasa cantidad de votos obtenidos en la primera vuelta que perdió ante Carlos Menem y la renuncia al ballottage del riojano, le privó de arribar a la primera magistratura con el apoyo masivo en las urnas que consideraba imprescindible para iniciar una gestión en un país herido por la crisis económica.

La necesidad de mostrarse fuerte ante la población y eliminar la versión de que el Gobierno, realmente, sería manejado por Duhalde, quien lo había llevado hasta ese lugar cuando era casi un desconocido para la mayoría de los argentinos; profundizó el perfil que había trazado en la provincia patagónica, donde el personalismo y la obsesión por la administración ya eran todo un sello de Kirchner.

Quienes lo acompañaban en el gabinete santacruceño por entonces sabían que todas las decisiones pasaban por él, que más allá de tener un ministro de Economía, prefería controlar las cuentas personalmente; que era su principal operador ante dirigentes políticos y gremiales; que podía llamar a sus colaboradores a las 3 de la mañana para tratar un tema pendiente; que no le gustaba mantener reuniones de Gabinete y que sólo tenía un círculo reducido de personas con las que aceptaba debatir, entre ellos, la actual presidenta Cristina Kirchner, el ministro de Planificación Julio De Vido y el secretario Legal de la Presidencia, Carlos Zanini. Y que no aceptaba términos medios. Se estaba con Kirchner o contra Kirchner.

Aquél que se subía a ese tren, sabía que el proyecto del patagónico preveía al menos tres períodos al frente, con una escala intermedia de Cristina en el sillón presidencial –para no sufrir el efecto del fin de una era, tras el segundo mandato– y un regreso del conductor en 2011. Pero quienes abrazaron la bandera kirchnerista no contaban con que la propia vehemencia e intensidad con la que su líder encaró la carrera terminaría por agotar su resistencia física. ¿Sin la guía de Kirchner, qué pasará con Hugo Moyano, Daniel Scioli, Guillermo Moreno o Luis D’Elía, por citar algunos de los ejemplos del mundo K? ¿Seguirán el mismo camino o cambiarán de rumbo, paulatinamente?

Kirchner respiraba política. Vivía la política. Ahora, habrá que ver cómo la política K sigue viviendo sin su líder.

# Una muerte que abre interrogantes, por Eugenio Paillet, en 'La Nueva Provincia:

Juan Carlos Dante Gullo, el ex dirigente montonero y diputado nacional ultrakirchnerista, pronunció ayer la frase que tal vez con mayor justeza ayuda a prever lo que viene en la escena política nacional, y de seguro en el interior del oficialismo, y del peronismo todo. Lo hizo apenas un par de horas después de conocerse la súbita desaparición de Néstor Kirchner.

"Ahora hay que rodearla a Cristina como leones y defender a muerte su gestión".

Un colega de bancada de Gullo, que prefirió el anonimato, pero que se ha destacado en todos estos años por un acompañamiento irrestricto al ex presidente fallecido ayer, se embanderó en una frase que pretende ser épica, pero que también dibuja el momento: "ahora ni un paso atrás, ni para tomar impulso", dijo con tono guevariano.

Ambos mensajes encierran un estado de ánimo que era posible palpar ayer entre funcionarios y colaboradores del gobierno, en medio del dolor y la consternación que les produjo el deceso de Kirchner. Refiere a que en principio deben reforzarse las marcas alrededor de Cristina, para que transite con fuertes basamentos institucionales, y de gobernabilidad, el año largo que le queda de mandato. Y presume, aunque en caliente nadie lo dirá en público, pese a que el tema fue imposible de soslayar apenas llegaron las nefastas noticias desde El Calafate, que el kirchnerismo y sus aliados irán sin dobleces ni miramientos, más temprano que tarde, detrás de la reelección de Cristina Fernández.

Hay un dato de la realidad que no puede tapar la muerte tan lamentable del líder santacruceño: en los últimos tiempos se habían detectado duras peleas entre "nestoristas" y "cristinistas" sobre quién de los dos debía encabezar la boleta presidencial del Frente para la Victoria en octubre de 2011. Fueron generosas, por ejemplo, las voces desde la Casa Rosada que sostenían que la candidata debía ser ella porque medía mejor en las encuestas, tanto a nivel de imagen como en intención de voto. Muy a pesar de ellos, y mientras paradójicamente crecían las preocupaciones por la salud del ex presidente y por su pertinaz negativa a escuchar los consejos de sus médicos de bajar un par de cambios, desde el entorno más puro de Néstor Kirchner se reafirmaba que él sería el postulante.

Kirchner personalmente se había encargado hace poco más de una semana de reforzar esas marcas: furioso por los aires independentistas de Daniel Scioli, y el aliento a una candidatura presidencial del gobernador que empezaba a cundir en aliados como gobernadores, intendentes y caciques territoriales, que hablaban de la necesidad de instaurar una etapa de diálogo y consenso que superara los tiempos de crispación y violencia verbal que caracterizó al santacruceño, disparó delante de dos de sus incondicionales: "el candidato voy a ser yo".

Ante alguna osada propuesta que le llegó sobre la necesidad de apadrinar aquel cambio de aires que supuestamente debería encabezar Scioli, respondió con su acostumbrada muletilla: "yo estoy jugado a todo o nada".

Sacudidos por el dolor y la consternación, hombres del gobierno ponderaban ayer los mensajes de unidad y de apoyo a la gestión de Cristina Fernández que llegaron de rivales duros en la prematura campaña electoral que el propio Kirchner había provocado con su estilo, como Eduardo Duhalde y Julio Cobos, o también de Ricardo Alfonsín, Felipe Solá, Mauricio Macri y Pino Solanas, que muy probablemente serán de la partida a la hora de armar la grilla de postulantes a la Casa Rosada en las elecciones del año que viene.

Hay preguntas inexorables (que sería de una hipocresía mayúscula no formulárselas frente a la muerte de Kirchner) que han empezado a flotar. ¿Se aceleran los tiempos para Daniel Scioli? ¿Se potencia la posibilidad de un acuerdo entre el gobernador y el Peronismo Federal? ¿Saldrá rápido Cristina, como se decía ayer en Balcarce 50, para frenar cualquier especulación interna, a reafirmar su candidatura a la reelección?

Y otra más importante y no menos temeraria: ¿qué hará Hugo Moyano? El líder camionero ha estado en boca de todos en los últimos tiempos por el verdadero alcance del poder que ejercía sobre el matrimonio Kirchner. Y, desde ayer, por el que podría ejercer sobre Cristina Fernández. El titular de la CGT fue de los primeros en salir a reclamar que hay que apoyar y rodear a la presidente en esta etapa en la que por primera vez en toda su vida política deberá ser ella sola, sin el sostén no sólo afectivo sino político de su esposo, a quien no pocos sectores de la vida nacional consideraron el verdadero presidente en las sombras a partir de diciembre de 2007, cuando Cristina lo reemplazó al frente del Poder Ejecutivo.

Es un dato casi de manual que Cristina Fernández buscará rápidamente reforzar la autoridad de su mandato, demostrar que ella puede hacerlo sin Kirchner, y hasta de gestionar los últimos trece meses con la misma línea de confrontación que compartió con su esposo.

Eran pocos ayer, en medio del duelo, los confidentes dispuestos a aceptar que Cristina pueda pegar un giro hacia posiciones menos irritantes, de menos crispación social, de mayor apertura hacia factores de poder con los que el fallecido ex presidente había llevado las cosas a un nivel de pelea asfixiante. Ponerle un freno público a Moyano, y reconciliarse con el campo, la industria, la justicia y el periodismo, son aprestos impensados y no negociables frente a una impronta que Cristina acompañó y avaló con su firma al pie durante el liderazgo de Néstor Kirchner.

Son esos aspectos los que generan gruesos interrogantes institucionales de cara al futuro y a las puertas de un año electoral en el que son varios los anotados para terminar con la dinastía Kirchner. El primero que se despojó ayer de las prevenciones que impone la hora sobre lo que puede significar para el país aquella soledad en la que deberá desenvolverse en lo que resta de mandato Cristina Fernández, y los riesgos que encierra frente a una oposición que no demorará en salir del recato actual, fue el Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel.

Dijo que las fuerzas de la oposición, y en especial el peronismo disidente, pueden aprovechar esa circunstancia de presunta falta de gobernabilidad. Y arriesgó que la presidente podría sufrir intentos de desestabilizar su gobierno por parte de esos sectores.

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